El poder de la compasión

 

La autora de Más allá del Coraje comienza con algunas preguntas punzantes: ¿Alguna vez has estado realmente enfermo? ¿Alguna vez te has sentido tan confundido o deprimido que pensaste en rendirte? ¿Has perdido a alguien muy querido? 

Si tu respuesta es sí, significa que ya conoces el sufrimiento y, por lo tanto, llevas dentro de ti la semilla de la compasión. 

La compasión no es teoría; surge de la experiencia vivida. Haber atravesado tiempos difíciles nos da la capacidad de acompañar a otros en los suyos. 

En Ciencia de la Mente solemos usar una afirmación espiritual: “Soy íntegro, perfecto y completo.” 

No lo decimos porque la vida esté libre de desafíos, sino como recordatorio de nuestra identidad espiritual más profunda. 

 Tiburones y delfines 

En la vida, todos cometemos errores. La pregunta es cómo respondemos, tanto a nuestros propios tropiezos como a los de los demás. 

Un mentor una vez me dijo: “Rodéate de delfines, no de tiburones.” 

Los tiburones se alimentan de la culpa. Juzgan, critican o buscan detalles para confirmar el fracaso de alguien. Los delfines, en cambio, nadan a tu lado hasta que vuelves a estar a salvo. Te recuerdan tu integridad y te ayudan a recordar que tu verdadera identidad sigue intacta. 

Vale la pena preguntarse: ¿Cuándo juego yo el papel de tiburón? ¿Y cómo puedo elegir, en cambio, ser un delfín —para otros y también para mí mismo? 

 Una historia de compasión 

La narradora Eva Grayzel comparte un encuentro que tuvo Fred Rogers con un joven de 14 años que vivía con parálisis cerebral. El señor Rogers le pidió al chico que orara por él. 

El muchacho se quedó asombrado. Lo habían hecho objeto de oraciones muchas veces, pero nadie le había pedido jamás que él orara por otra persona. Más tarde dijo que ese momento cambió su vida, porque le mostró que él también tenía algo que dar. 

Rogers explicó que lo había pedido porque creía que cualquiera que hubiera soportado semejantes desafíos debía estar muy cerca de Dios. Eso fue compasión en acción: estar junto al chico con dignidad, viéndolo íntegro. 

 Tres prácticas para la vida espiritual 

Cuando cometemos errores, podemos apoyarnos en tres prácticas sencillas: Admitir, Reparar y Afirmar.

 Admitir. 

Hay un gran alivio en compartir nuestras equivocaciones con alguien en quien confiamos. Los practicantes de Ciencia de la Mente, compañeros de oración o amigos cercanos pueden sostener nuestra identidad espiritual cuando nosotros la olvidamos. Mi abuela solía decir: “Una carga compartida es una carga reducida a la mitad.” 

Reparar. 

Pide perdón, y hazlo lo antes posible —a menos que eso cause más daño. Una disculpa sincera reconoce nuestra parte en lo sucedido. Tal vez no siempre sea aceptada, pero la integridad exige que asumamos la responsabilidad y nos acerquemos a los demás con un corazón reconciliador. 

Afirmar. 

Vuelve a tu identidad espiritual. 

Repite: 

Soy claro. 
Soy honesto. 
Soy compasivo. 
Soy bondadoso. 

Y si resulta demasiado delicado empezar con “Soy íntegro, perfecto y completo”, puedes recurrir en cambio al Espíritu Vivo en tu interior: “Por el poder del Espíritu Vivo en mí, comienzo cada día con una mente clara y un corazón abierto.” 

 El círculo completo 

Comenzamos con preguntas sobre la enfermedad, la pérdida, la confusión y la lucha. Precisamente estas experiencias son las que nos dan la capacidad de sentir compasión. Lo que atravesamos en la vida puede ayudarnos a estar junto a otros cuando ellos atraviesan sus propios desafíos. 

Ese es el poder de la compasión.

Bendiciones,

Rev. Edward Viljoen
Centro para la Vida Espiritual, Santa Rosa 

Los límites que nos sostienen: amar sin perdernos a nosotros mismos


En La Ciencia de la Mente, Ernest Holmes escribió: “La unidad no significa uniformidad.” No estamos llamados a perdernos en la unidad, sino a expresar nuestra unicidad dentro de ella. Y los límites nos ayudan a hacer eso. Nos dan espacio para ser auténticos. Nos guían hacia relaciones mutuas, respetuosas y que nos nutren. 

Prentis Hemphill ofrece una definición hermosa: “Los límites son la distancia a la que puedo amarte a ti y a mí simultáneamente.” No se trata de separación. Se trata de conexión que no implique perdernos a nosotros mismos. 

Aprender a honrar nuestros propios límites y respetar los de los demás es una práctica de toda la vida. Puede ser desafiante, especialmente cuando hemos heredado normas sociales que premian el sacrificio o el silencio. Pero cuando establecemos límites con cuidado y claridad, empezamos a desaprender esos patrones. Empezamos a estar realmente presentes, con más honestidad y más amor. 

Esto no se trata de ser rígidos. Los límites son fluidos. Cambian con el tiempo, con la confianza, con lo que vamos sanando. Sin ellos, perdemos el camino de vuelta a nuestro propio ser. Con ellos, creamos espacios donde ocurre la sanación y florecen las relaciones profundas. 

🌿 Esta semana, pregúntate:

¿Cuáles son los bordes que me ayudan a mantenerme íntegro/a? 

¿En qué situaciones necesito decir sí con más valentía, o no con más amabilidad? 

Y recuerda: Yo creo y mantengo límites que me regeneran. Límites que no me encierran, sino que me sostienen para amar de verdad.

Bendiciones,
Rev. Edward Viljoen
Centro para la Vida Espiritual, Santa Rosa 

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